"Cuando hice Torres Blancas tuve ese único objetivo: molestar a la gente, agredir al paisaje, de tal manera que la gente levantara la cabeza y dijera: ¡caramba!, pero ¿tanto bien o tanto daño se puede hacer con la arquitectura?... ¡Sí, señor! ¡Estamos cansados de hacer paisajes grises, ambientes no molestos en los cuales a lo mejor no es penoso vivir, pero tampoco es gratificante!"
Esto es lo que Sáenz de Oiza dice en sus Escritos y Conversaciones acerca de Torres Blancas, 1969. Un proyecto que sin duda algunos tenemos en nuestra retina, ya que posee una imagen inconfundible. Probablemente tendremos grabada una imagen en blanco y negro de este peculiar edificio. O al menos esa era la imagen que presidía el nombre Torres Blancas en el banco de mi memoria. A día de hoy he conseguido memorizar otra serie de sensaciones que esta mole de hormigón visto me trasladó el día que me acerqué a sus aledaños.
Tampoco me encontraba muy lejos de allí esos días. De hecho me acerqué caminando desde el piso que me daba cama. En un minuto me planté en la Calle Francisco Silvela, la recorrí hasta su principio norte, y desde allí me lancé por la Avenida de América sabiendo que de un momento a otro me encontraría con mi ansiado postre. Premeditadamente me situé en la acera opuesta a donde, en principio, debía aparecer mi amigo Torres Blancas. Creo que intuía que iba a ser una buena posición para mi primera impresión. Y así fue, de repente apareció en mi horizonte ensimismado, la calva de este viejo portento arquitectónico. Torres Blancas estaba allí, tal y como los mapas turísticos me habían prometido.
-"De blancas no tienen nada"- me dije a mi mismo en un primer auto-comentario sarcástico. Pero tras este primer sarcasmo que pensé, porque son reacciones que me acompañan allá donde voy, creo que me enamoré para ese día. Me enamoré de su presencia, de su verticalidad y de su inédita transparencia. Pude soportar poco tiempo en aquella acera alejada de sus raíces, lo justo para hacer alguna rápida toma fotográfica, y enseguida me acerqué al paso de cebra más cercano (como para jugarte la vida con esas enormes avenidas y los zumbaos que hay por allí).
Me daba bastante miedo acercarme y asomarme a aquel límite tan campechano que Sáenz de Oiza había propuesto para su obra. Sí, el límite de la urbanización era bastante extraño, te permite ver lo que ocurre dentro, te deja morirte de envidia, pero a la vez te está diciendo, -Ay gorrión no quieras entrar que no te vamos a dejar- Y así fue. Al menos eso fue lo que me dijo el portero que se encargaba de sus labores en el zaguán del interior. Al parecer hace algunos años aquel edificio era visitado por masas de gente que entorpecían el disfrute de los propios vecinos, de hecho se fletaban autocares desde lejos para hacer visitas guiadas... -¡¡Pero señores!! ¡¡Que ahí vive gente por las noches!!- Así que no tuve una visita fácil.
Tuve la suerte de mostrar mi lado más afable cuando una señorita que se encontraba de mudanzas pasaba por allí. Ésta se ofreció para hacerme pasar con ella al interior del edificio, incluso me permitió ver su vivienda (con cajas y más cajas, señores empaquetando sus enseres y un transistor a todo volumen), por lo cual le estuve muy agradecido.
Entrar en aquel zaguán fue una experiencia única. He de confesar que ni siquiera lo conocía en fotografías, así que fue toda una sorpresa. De repente me encontré sumergido en un pequeño océano. Bueno no, creo que fue algo más parecido a convertirme en un pequeño pececillo en busca de microscópica comida en las tripas de un banco de coral. Empezando por el pavimento, continuando por el revestimiento de las paredes, las formas que éstas trazan sobre el suelo, y concluyendo con la tremendista propuesta de Sáenz de Oiza para dibujar un cielo sumergido que te inunda en incertidumbre... todo ese escenario es una gran poesía. Es una muestra gratuita del más puro organicismo aplicado a la tipología de torre de viviendas y oficinas. Y todo ello sin dejar de lado en ningún momento lo funcional que debe acompañar a un espacio distribuidor como es este.
Ahora sí. Sin burla, pero con ojos pícaros, saludé al portero de Torres Blancas. Un saludo desde aquí, amable señor. Nos introdujimos en el ascensor perdiendo de vista aquel micro-clima y enseguida nos plantamos en la planta 17 de Torres Blancas. Fue poco grato subir tantos metros sin apenas disfrutarlos, así que, cuando la amable (alicantina por cierto) señorita, terminó de enseñarme su "vivienda en proceso", decidí bajar todas aquellas plantas una a una. Hice de aquel momento lo más largo posible. Sentí cada rama de este árbol que es el edificio. Me paré en algunos de ellos, me senté, pensé en otras cosas, me volví a levantar y continué descendiendo. En todas las plantas sacaba la cabeza por el pequeño espacio que quedaba entre el núcleo de escaleras y los pasillos de las viviendas. Miraba extrañadísimo aquella enredadera de luz que Sáenz de Oiza había trazado desde el zaguán hasta la azotea, pero me daba seguridad, es una buena referencia para asegurarse uno mismo de que sigue atado a la tierra.
En Torres Blancas se despliega el deseo del arquitecto por generar en un mismo edifico, una ciudad. En ella sus habitantes podrían relacionarse, vivir, trabajar y disfrutar de todo cuanto estuviese a su alcance. Planteadas algunas de sus plantas como oficinas, con un restaurante en la azotea (hoy también oficinas), con espacio jardín en la misma, el espacio común que se desliza en torno a toda la escalera de caracol principal y el jardín que se encuentra a la altura de la calle, Torres Blancas se convirtió en un lugar muy atractivo para vivir, especialmente en los años 70 para personajes muy vinculados con el mundo de las Bellas Artes.
Y bueno, creo que ha llegado un punto en que me he excedido, y quizás no os haya contado nada. Os invito a que visitéis este par de enlaces para saber más curiosidades y realidades técnicas de este lugar. Sin olvidarme, por supuesto, de empujaros a visitarlo si algún día estáis cerca.
Revisión del Interior: Torres Blancas
Los bulos del árbol de hormigón
Este ha sido un pequeño desglose de sensaciones de una visita única, pues no volveré a tener una primera vez con este edificio. Visitad su vista aérea, porque tampoco tiene desperdicio.
PD: No son blancas, ¿verdad? Ui, pero tampoco son varias torres, ¿no? :) Esos enigmas los cuentan mejor en los enlaces que os he facilitado.
Esto es lo que Sáenz de Oiza dice en sus Escritos y Conversaciones acerca de Torres Blancas, 1969. Un proyecto que sin duda algunos tenemos en nuestra retina, ya que posee una imagen inconfundible. Probablemente tendremos grabada una imagen en blanco y negro de este peculiar edificio. O al menos esa era la imagen que presidía el nombre Torres Blancas en el banco de mi memoria. A día de hoy he conseguido memorizar otra serie de sensaciones que esta mole de hormigón visto me trasladó el día que me acerqué a sus aledaños.
Tampoco me encontraba muy lejos de allí esos días. De hecho me acerqué caminando desde el piso que me daba cama. En un minuto me planté en la Calle Francisco Silvela, la recorrí hasta su principio norte, y desde allí me lancé por la Avenida de América sabiendo que de un momento a otro me encontraría con mi ansiado postre. Premeditadamente me situé en la acera opuesta a donde, en principio, debía aparecer mi amigo Torres Blancas. Creo que intuía que iba a ser una buena posición para mi primera impresión. Y así fue, de repente apareció en mi horizonte ensimismado, la calva de este viejo portento arquitectónico. Torres Blancas estaba allí, tal y como los mapas turísticos me habían prometido.
-"De blancas no tienen nada"- me dije a mi mismo en un primer auto-comentario sarcástico. Pero tras este primer sarcasmo que pensé, porque son reacciones que me acompañan allá donde voy, creo que me enamoré para ese día. Me enamoré de su presencia, de su verticalidad y de su inédita transparencia. Pude soportar poco tiempo en aquella acera alejada de sus raíces, lo justo para hacer alguna rápida toma fotográfica, y enseguida me acerqué al paso de cebra más cercano (como para jugarte la vida con esas enormes avenidas y los zumbaos que hay por allí).
Me daba bastante miedo acercarme y asomarme a aquel límite tan campechano que Sáenz de Oiza había propuesto para su obra. Sí, el límite de la urbanización era bastante extraño, te permite ver lo que ocurre dentro, te deja morirte de envidia, pero a la vez te está diciendo, -Ay gorrión no quieras entrar que no te vamos a dejar- Y así fue. Al menos eso fue lo que me dijo el portero que se encargaba de sus labores en el zaguán del interior. Al parecer hace algunos años aquel edificio era visitado por masas de gente que entorpecían el disfrute de los propios vecinos, de hecho se fletaban autocares desde lejos para hacer visitas guiadas... -¡¡Pero señores!! ¡¡Que ahí vive gente por las noches!!- Así que no tuve una visita fácil.
Tuve la suerte de mostrar mi lado más afable cuando una señorita que se encontraba de mudanzas pasaba por allí. Ésta se ofreció para hacerme pasar con ella al interior del edificio, incluso me permitió ver su vivienda (con cajas y más cajas, señores empaquetando sus enseres y un transistor a todo volumen), por lo cual le estuve muy agradecido.
Entrar en aquel zaguán fue una experiencia única. He de confesar que ni siquiera lo conocía en fotografías, así que fue toda una sorpresa. De repente me encontré sumergido en un pequeño océano. Bueno no, creo que fue algo más parecido a convertirme en un pequeño pececillo en busca de microscópica comida en las tripas de un banco de coral. Empezando por el pavimento, continuando por el revestimiento de las paredes, las formas que éstas trazan sobre el suelo, y concluyendo con la tremendista propuesta de Sáenz de Oiza para dibujar un cielo sumergido que te inunda en incertidumbre... todo ese escenario es una gran poesía. Es una muestra gratuita del más puro organicismo aplicado a la tipología de torre de viviendas y oficinas. Y todo ello sin dejar de lado en ningún momento lo funcional que debe acompañar a un espacio distribuidor como es este.
Ahora sí. Sin burla, pero con ojos pícaros, saludé al portero de Torres Blancas. Un saludo desde aquí, amable señor. Nos introdujimos en el ascensor perdiendo de vista aquel micro-clima y enseguida nos plantamos en la planta 17 de Torres Blancas. Fue poco grato subir tantos metros sin apenas disfrutarlos, así que, cuando la amable (alicantina por cierto) señorita, terminó de enseñarme su "vivienda en proceso", decidí bajar todas aquellas plantas una a una. Hice de aquel momento lo más largo posible. Sentí cada rama de este árbol que es el edificio. Me paré en algunos de ellos, me senté, pensé en otras cosas, me volví a levantar y continué descendiendo. En todas las plantas sacaba la cabeza por el pequeño espacio que quedaba entre el núcleo de escaleras y los pasillos de las viviendas. Miraba extrañadísimo aquella enredadera de luz que Sáenz de Oiza había trazado desde el zaguán hasta la azotea, pero me daba seguridad, es una buena referencia para asegurarse uno mismo de que sigue atado a la tierra.
En Torres Blancas se despliega el deseo del arquitecto por generar en un mismo edifico, una ciudad. En ella sus habitantes podrían relacionarse, vivir, trabajar y disfrutar de todo cuanto estuviese a su alcance. Planteadas algunas de sus plantas como oficinas, con un restaurante en la azotea (hoy también oficinas), con espacio jardín en la misma, el espacio común que se desliza en torno a toda la escalera de caracol principal y el jardín que se encuentra a la altura de la calle, Torres Blancas se convirtió en un lugar muy atractivo para vivir, especialmente en los años 70 para personajes muy vinculados con el mundo de las Bellas Artes.
Y bueno, creo que ha llegado un punto en que me he excedido, y quizás no os haya contado nada. Os invito a que visitéis este par de enlaces para saber más curiosidades y realidades técnicas de este lugar. Sin olvidarme, por supuesto, de empujaros a visitarlo si algún día estáis cerca.
Revisión del Interior: Torres Blancas
Los bulos del árbol de hormigón
Este ha sido un pequeño desglose de sensaciones de una visita única, pues no volveré a tener una primera vez con este edificio. Visitad su vista aérea, porque tampoco tiene desperdicio.
PD: No son blancas, ¿verdad? Ui, pero tampoco son varias torres, ¿no? :) Esos enigmas los cuentan mejor en los enlaces que os he facilitado.
4 certezas:
Tú deberías estudiar arquitectura...
Muy buena la entrada Fran, realmnt consigues transmitir un poquito de esas sensaciones, engancha pese a ser largo. Si si si :)
Holaaa. Me alegra saber de ti... Yo ando un poco liada ,pero bueno..
Por cierto.. te echo de menos en mi porra... te animas??
Besos!!!
Pasada de entrada! :) así sí ^__^
Un abrazo bien fuerte Fran, hasta cuando quieras...
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